Tener buen sentido del humor y
desarrollar otras emociones positivas potencian el sistema inmunológico y, como
consecuencia de ello, disminuyen la posibilidad de padecer enfermedades.
El
psiquiatra William Fry, perteneciente a la Sociedad internacional de estudios
sobre el humor, y el psiconeuroinmunólogo Lee Berk, profesor de la Universidad
de Loma Linda en California, son pioneros en las investigaciones del humor como
terapia.
En
uno de sus estudios analizaron muestras de sangre de un grupo de voluntarios
después de visionar una película de risa y comprobaron que el número y el nivel
de actividad de las células del organismo encargadas de defenderlo de ataques
externos habían aumentado considerablemente.
Otros
estudios realizados a pacientes a los cuales se les habían diagnosticado
tumores cancerígenos, han demostrado que los pacientes optimistas tenían
mayores probabilidades de continuar con vida transcurrido un año del diagnóstico
de su enfermedad.
El
sentido del humor, la esperanza, el optimismo, la gratitud o el perdón son
algunas de las variables psicológicas que se relacionan con mejores pronósticos,
periodos de recuperación más cortos, menor sensación de dolor y menor utilización
de fármacos.
Mantener
una actitud positiva ante una enfermedad contribuye a prolongar nuestra vida en
los casos más graves y nos procura un mayor bienestar físico y psicológico.
Hay que dejar claro que ser
optimista no es lo mismo que abandonarse a la suerte. El que no hace nada y espera que
el todo fluya a su favor, probablemente obtendrá los mismos resultados
que el pesimista que se tumba plácidamente con la excusa de que tiene muy mala
suerte y las oportunidades siempre son para otros.
Ser optimista es
ponerse en camino para conseguir nuestros objetivos porque pensamos que es
posible alcanzarlos. El
pensamiento positivo no niega la realidad, aporta energía para
construirla.
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